Como madre e intensa buscadora del balance espiritual, llega a mí la inquietud de evaluar mi desempeño en este fascinante camino de la existencia. ¿Qué huellas deseo dejar como parte de mi aportación a la comunidad a la cual pertenezco? Esta es una de las constantes interrogantes que me surgen casi a diario y tal forma de pensar me hace depurar cada vez más mis actos y mi conducta, principalmente ante mi hijo y familia inmediata y luego ante la sociedad con quien convivo.
Por experiencia personal deduzco que una de las necesidades identificadas en esta búsqueda es hacer un alto en las conductas aprendidas y transmitidas por mis padres en mi proceso de crianza: que fue lo mismo que hizo mi madre y lo que hizo mi abuela y así por el estilo. Hablo de romper con patrones de conducta como la mentira, la manipulación, el castigo, el control, la negatividad. Para esto se necesita más que sólo una resolución. Se necesita entrar en una práctica o ejercicio continuo de conciencia suprema para entender que existe la posibilidad de desligarnos completamente de repetidos patrones generacionales y culturales de conducta negativa. Sólo así, comenzaremos a movernos a niveles de pensamientos más elevados y nos acercaremos más hacia una verdadera armonía universal.
Les propongo comenzar la siguiente práctica, que involucra cambios de pensamientos neurolingüísticos, que es nada menos que el reprogramar nuestra mente. Si algo limita la mente, potenciar algún recurso, comportamiento o creencia, con el fin de mejorar nuestra calidad de vida y la de nuestros seres queridos. Comencemos con el simple ejercicio de eliminar o al menos limitar radicalmente la utilización del NO en nuestro vocabulario. En cambio, trate de ver cómo afirmar de manera positiva. Esto es aplicable en todo: reglas de comportamiento, advertencias, peticiones y acuerdos, entre otros. Reconozco que la misma es una actividad retadora, pero con la práctica diaria nos hacemos expertos.
Aprendamos de la inocencia de nuestros niños y niñas cuando están en sus primeros años de vida, cuando aún no han sido completamente adoctrinados. Identifiquemos en ellos esa espontaneidad, ese amor incondicional, ese mirar sin enjuiciar y esas ganas de vivir sin límites ni obstáculos, y comencemos a decirle SÍ a la vida. De este modo, el entorno diario se hace más flexible y lleno de posibilidades creativas para resolver situaciones que antes se veían difíciles por nuestras propias intransigencias. Y nuestros hijos, nietos e hijos de nietos nos lo agradecerán.
Esta colaboración se ofreció para el boletín del Colegio Montessori del Valle en Caguas en el año 2010. La comparto con ustedes, porque reconozco la importancia de continuar el proceso de evolución.
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