Se habla de que al gatear, poco después de nacer, comenzamos nuestros recorridos por experiencias físicas en las cuales, de estar alertas, identificamos la aparente necesidad de “reconectarnos” con el Ser Supremo. Menciono “reconectarnos”, por la relación dualista que tendemos a tener, donde nos vemos como seres separados y no como una extensión de Éste. Es decir, a la larga nos reconectamos a lo que de nunca estuvimos separados.
En el plano personal, he venido a entender que la necesidad de modificar mis patrones alimentarios se debe a una intención parcialmente inconsciente para acercarme más a Dios. Cuando elijo moverme hacia alimentos puros, frescos y nutritivos, decido sanar el cuerpo a nivel físico, pero también activo el desapego a los símbolos materiales que requieren ser trascendidos. Dicha resolución conlleva el reconocimiento de la función de mi mente para curarme de manera física, es decir física-mente. Y dicha resolución me eleva a un nivel espiritual en el cual sé que ya no me hará falta ni mi mente ni mi cuerpo para alcanzar el estado de plenitud.
Cuando se toma la resolución de modificar la dieta, se hace un cambio de pensamiento que fortalece el comienzo de conductas donde uno se respeta a sí mismo, así como los demás. Tal resolución es un acto de Amor, donde la parte palpable de nutrición física se torna en símbolo de nutrición espiritual. Y esta resolución conlleva varias consideraciones, como por ejemplo, el manejo de los recursos naturales y los alimentos, y las siembras, cosechas, y el procesamiento de los alimentos antes de consumirse. A su vez, la actitud mental con que se recibe el alimento afecta su recepción a nivel sutil, pero significativo. Por eso, se hace imprescindible considerar el consumo de los alimentos como un acto de amor, respeto y bondad.
Cuando uno decide alimentarse apropiadamente, el cuerpo comienza a generar ondas de alto nivel vibratorio, lográndose así un gran estado de bienestar, lo cual sirve de plataforma para eventualmente lanzarse al infinito, dejando atrás por siempre la necesidad de vestirse de un cuerpo. Y cuando a la resolución de cambio se le suman prácticas que ayudan a modificar el entorno físico y psicológico, se acelera el despegue espiritual.
Entiéndase que no estamos hablando de balancear cuerpo, mente y espíritu, pero sí de trascender cada uno de estos planos al lograr entender que ya estamos irreversiblemente fundidos con el Creador. Y como cada situación debe resolverse en el plano en que fue generado, se deben identificar las distintas prácticas que nos puedan ayudar a evolucionar espiritualmente.
En mi caso, la ciencia de la vida y la longevidad, conocida como Ayurveda, me ayuda a conocer cómo implementar principios prácticos para vivir una vida más simple y armónica. El Ayurveda recomienda masajes, yoga, meditación, práctica devocional y utilización de plantas medicinales y aceites esenciales (por mencionar algunas prácticas) para prolongar la vida y sanar físicamente. Pero, como se debe buscar, eventualmente, dejar el apego a lo físico, en el esfuerzo de lograr una real evolución espiritual, el Ayurveda debe verse, en su manera más básica, como un recurso para estabilizar los padecimientos físicos, es decir, para “desentendernos” de tales padecimientos.
En el Ayurveda existe el concepto de las fuerzas sutiles o “gunas”, como parte de las cualidades físicas del cuerpo y tales modalidades de la naturaleza material existen en completo equilibrio entre sí mismas: sattva (pureza, armonía y balance), rajas (pasión, actividad y el proceso de cambio) y tamas (inercia, letargia y oscuridad). Aun así, una vez la energía se manifiesta (toma forma), predomina una de las tres cualidades antes mencionadas, pero no sin que las otras dos cualidades dejen de estar presentes. En otras palabras, los tres gunas permean todas las actividades de la existencia física, tanto en lo que se refiere a lo orgánico como a lo inorgánico y esto requiere que uno se esfuerce por hacer que el estado sátvico (puro) predomine a nivel personal y colectivo.
En el estado sátvico, se manifiesta el autocontrol para superar el deseo de materializar más cosas, incluyendo comida para el cuerpo y es donde se logra serenar la mente para escuchar el espíritu y reconocer que somos más que carne y huesos. Además, los alimentos impregnados de cualidad sátvica nutren el cuerpo y producen serenidad, sin provocar la pesadez ni agitar la digestión ni los pensamientos. Entiéndase por alimentos sátvicos como aquellos que son completamente naturales, orgánicamente cultivados, en temporada, debidamente maduros y preferiblemente, producidos localmente para así garantizar su frescura y calidad.
No he mencionado conceptos nutricionales específicos ya que me he dado cuenta de que los mismos varían mucho según la persona y que pueden cambiar debido a necesidades particulares. Además, las motivaciones pueden ser muy variadas. Por ello, he querido abundar en los efectos que se logran al uno adoptar patrones alimentarios saludables, que hasta el presente no se han podido adoptar por la mayoría de la población, si es que nos dejamos llevar por los datos que a diario se presentan en relación al tema.
Compartir lo aprendido, de manera genuina, a hermanos y hermanas en este plano físico, debe ser parte de la aportación de cada uno de nosotros al aceptar y entender el proceso inminente de cambio por el cual todos pasaremos al transcender nuestros cuerpos. Es tiempo, de comenzar a ofrecernos y a ofrecer a otros, lecciones de amor.
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