¿Sabías que nuestros hábitos alimentarios están condicionados por la sociedad moderna, industrial y capitalista? Posiblemente, aunque se crea tener la última palabra al momento de seleccionar los alimentos, lo que no se sabe (o lo que no se quiere aceptar) es que hace mucho tiempo el poder decisional sobre la alimentación se le cedió a las corporaciones, cuyas intenciones suelen ser distintas a las de sus clientes.
Así como lo oyes... Puedes corroborarlo al abrir tu refrigerador o alacena e identificar todos los productos que compraste porque te dejaste llevar por la publicidad, el mercadeo o la presión de grupo. Las corporaciones han creado muchas de nuestras necesidades e influido en las decisiones que tomamos respecto a nuestras compras y todos hemos cedido ante esa influencia, en alguna ocasión.
Nuestro cuerpo ha hecho lo posible por adaptarse a ese invento socio-corporativo que desde hace demasiado tiempo decide qué comer, cómo comer y a qué hora debemos consumir nuestros alimentos. Y hablo de “consumir”, porque ya hace tiempo dejamos de comer para nutrirnos y sentirnos en óptimas condiciones de salud. De hecho, toda conjetura acerca de la alimentación parece haberse fraccionado, dejándose atrás cualquier conversación abarcadora acerca del alimento íntegro y su inherente valor nutricional.
Nos hemos tragado el cuento del niño de cachetes gordos y coloraos que tiene que comer tres veces al día, merendar cada dos y requerir de proteína animal para vivir. Creemos que la leche de vaca es necesaria, que requerimos del Gatorade para hidratarnos, que las comidas se acompañan con jugos embotellados y que en los cumpleaños es menester comer comida chatarra, y tantas otras falacias. Pareciera no gustarnos asumir la responsabilidad de hacer cambios básicos para regalarle vibrantés a nuestras vidas.
Al final del día, podemos notar cómo nuestros cuerpos responden ante decisiones incorrectas: gastritis, colitis, gas, acidez, reflujo, eructos, dolor estomacal, inflamación, alergias, estreñimiento, diabetes, obesidad, problemas cardíacos, alto colesterol, sinusitis, hígado graso, hipertensión y tantos otros malestares. La mentalidad errónea - de que la situación no va a cambiar y que de algo tendremos que morir - es caminar con ojos vendados y bocas abiertas, engullendo todo lo que nos sirvan. Pero, con ojos cerrados no podemos asegurar realmente que nuestro consentimiento sea genuino.
Para verdaderamente mostrarnos a nosotros mismos autodominio, madurez e inteligencia emocional, tendremos que cerrar la boca y abrir los ojos. La persona que tiene seguridad propia y sentido de autovalía y pertenencia se hace cargo de su vida y de su entorno: no la deja a expensas de las decisiones de corporaciones con fines lucrativos, ni a las sugerencias sesgadas de gobiernos autoritarios. Esa persona tampoco deja de cuestionar la tan defendida tradición, cultural o familiar, que también tambalea al cargarse de ideas que similarmente huelen a patriarcado colonial. Lo que evidentemente no funciona, no se debe prolongar.
Lo difícil de crecer como sociedad realmente humana y espiritual es que los problemas sociales graves se caracterizan por ser sistémicos e imperceptibles ante la consciencia ligera. Cuando los vientos azotan fuertemente, como es el caso para la alimentación humana a nivel global, no basta con remendar las velas del barco colectivo. Hay que coser velas nuevas con compasión y amor, y dejar en el puerto cualquier indecisión, miedo o sentido de culpa. Se extiende una invitación para que se permitan tener una sana relación con sus alimentos: una sabia común-unidad.
Así como lo oyes... Puedes corroborarlo al abrir tu refrigerador o alacena e identificar todos los productos que compraste porque te dejaste llevar por la publicidad, el mercadeo o la presión de grupo. Las corporaciones han creado muchas de nuestras necesidades e influido en las decisiones que tomamos respecto a nuestras compras y todos hemos cedido ante esa influencia, en alguna ocasión.
Nuestro cuerpo ha hecho lo posible por adaptarse a ese invento socio-corporativo que desde hace demasiado tiempo decide qué comer, cómo comer y a qué hora debemos consumir nuestros alimentos. Y hablo de “consumir”, porque ya hace tiempo dejamos de comer para nutrirnos y sentirnos en óptimas condiciones de salud. De hecho, toda conjetura acerca de la alimentación parece haberse fraccionado, dejándose atrás cualquier conversación abarcadora acerca del alimento íntegro y su inherente valor nutricional.
Nos hemos tragado el cuento del niño de cachetes gordos y coloraos que tiene que comer tres veces al día, merendar cada dos y requerir de proteína animal para vivir. Creemos que la leche de vaca es necesaria, que requerimos del Gatorade para hidratarnos, que las comidas se acompañan con jugos embotellados y que en los cumpleaños es menester comer comida chatarra, y tantas otras falacias. Pareciera no gustarnos asumir la responsabilidad de hacer cambios básicos para regalarle vibrantés a nuestras vidas.
Al final del día, podemos notar cómo nuestros cuerpos responden ante decisiones incorrectas: gastritis, colitis, gas, acidez, reflujo, eructos, dolor estomacal, inflamación, alergias, estreñimiento, diabetes, obesidad, problemas cardíacos, alto colesterol, sinusitis, hígado graso, hipertensión y tantos otros malestares. La mentalidad errónea - de que la situación no va a cambiar y que de algo tendremos que morir - es caminar con ojos vendados y bocas abiertas, engullendo todo lo que nos sirvan. Pero, con ojos cerrados no podemos asegurar realmente que nuestro consentimiento sea genuino.
Para verdaderamente mostrarnos a nosotros mismos autodominio, madurez e inteligencia emocional, tendremos que cerrar la boca y abrir los ojos. La persona que tiene seguridad propia y sentido de autovalía y pertenencia se hace cargo de su vida y de su entorno: no la deja a expensas de las decisiones de corporaciones con fines lucrativos, ni a las sugerencias sesgadas de gobiernos autoritarios. Esa persona tampoco deja de cuestionar la tan defendida tradición, cultural o familiar, que también tambalea al cargarse de ideas que similarmente huelen a patriarcado colonial. Lo que evidentemente no funciona, no se debe prolongar.
Lo difícil de crecer como sociedad realmente humana y espiritual es que los problemas sociales graves se caracterizan por ser sistémicos e imperceptibles ante la consciencia ligera. Cuando los vientos azotan fuertemente, como es el caso para la alimentación humana a nivel global, no basta con remendar las velas del barco colectivo. Hay que coser velas nuevas con compasión y amor, y dejar en el puerto cualquier indecisión, miedo o sentido de culpa. Se extiende una invitación para que se permitan tener una sana relación con sus alimentos: una sabia común-unidad.
https://youtu.be/pla1m85vzTY
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