Admito,
como muchos deben coincidir conmigo, que uno de los libros de la Biblia que más
me toca, es el evangelio del apóstol Juan.
Porque siento que leyéndolo, estoy caminando de la mano con Jesús. Cada anécdota de sus historias, me hace
internalizar las vivencias que tuvo el maestro Jesús y la intensidad que
escogió experimentar en la breve, pero, significativa manifestación
física. Son historias que conmueven el
corazón de quien en conciencia esté sensibilizado en el amor de Dios.
Puedo mencionar la reanimación de Lázaro, como una de esas historias conmovedoras,
en donde Jesús muestra su compasión hacia el dolor de las hermanas, Marta y
María. Y que luego, sin ningún atisbo de
duda, expresa en una completa certeza y seguridad la fe comprensiva en el poder
de Dios, creando un milagro, cuando todos sabemos que fue una manifestación de
la comprensión de las leyes divinas desde su centro crístico o divino.
Pero, en esta ocasión, gracias a la vívida
exposición del Rev. Riquelme, me identifiqué con la historia de La
mujer adúltera. Tal vez, por ser
mujer y porque en un momento de oscuridad e ignorancia en mi vida, tuve puestos
unas sandalias similares, pude reconocerme en esa persona. Entre las cualidades a admirar de esta
escena, en donde vemos a una mujer adúltera, lista para ser condenada y
apedreada hasta la muerte, se nos presenta un Jesús centrado en el Espíritu; en
ese momento él estaba en el Templo impartiendo enseñanzas, y es interrumpido
por escribas y fariseos - quienes simbolizan los pensamientos externos y la
falta de comprensión de la Verdad e hipocresía ante las leyes religiosas - le colocan a la mujer en medio, para acusarla
de haber violentado la Ley. Jesús, sin
perder la calma y con la paz que lo caracterizaba, e inclinado hacia el suelo,
les revierte la pregunta con otra pregunta que los deja desarmados al instante,
- El que de vosotros esté sin pecado sea
el primero en arrojar la piedra contra ella. (Juan 8:6) Apelando a las conciencias de quienes, se
pensaban puros y libres de “pecado”. Y desde
los más viejos hasta los más jóvenes tuvieron que abandonar esa intención
inicial de matar a la mujer. Puedo ver
en esta anécdota, una oportunidad que nos da el reconocimiento de la idea del Cristo
en nosotros, para poner en práctica el gran mandamiento que Jesús dio, - Amarás al señor tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma y con toda tu mente. Amarás
a tu prójimo como a ti mismo. (Mateo 22:37-39)
Jesucristo, nos regala una muestra de su gran
maestría espiritual con esta enseñanza.
Nos recuerda que nadie está en la posición de emitir juicios acusadores y
nos hace responsables de no volver a cometer tales errores. Así como se pudo haber sentido redimida esa
mujer por no haber sido condenada, así mismo sentí yo la liberación de mi alma
y la oportunidad de comenzar de nuevo bajo una nueva conciencia, inspirada en
el amor. Gracias Dios.
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